Ana
Cachafeiro y Casilda Rodrigáñez
A
lo largo de unos años nos hemos ido encontrando con una serie de
datos que, en principio, casi no llaman atención ni sugieren
nada; son datos sueltos que en su desconexión no resultan
significativos; son como las piezas de un puzzle que, de algún
modo, han quedado almacenadas en algún lugar de nuestra
conciencia a la espera de ocupar su puesto en la resolución del
puzzle.
a)
Para Masters & Johnsons (1), las contracciones uterinas son
una componente esencial en todo orgasmo femenino. Maryse de Choisy
(2) va más lejos al afirmar que éste… tiene su origen en el
cuello del útero. Y que si los psicoanalistas, desde hace tiempo,
vienen confundiendo el orgasmo cervico-uterino con el orgasmo
vaginal, no es sólo debido al narcisismo masculino, ni tampoco
sólo a la ignorancia femenina, sino también porque las
cervico-uterinas no frecuentan nuestras consultas.
b)
Bartolomé de las Casas (3) y otros viajeros del siglo XVI han
escrito que las mujeres de las poblaciones que habían encontrado
en zonas del planeta desconectadas de nuestra civilización,
parían sin dolor.
c)
Histeria viene de ‘hysteron’, es decir, de útero. En la
Antigua Grecia se creía que las enfermedades nerviosas o
‘histéricas’ de las mujeres eran debidas a que el útero
sufría un desplazamiento hacia arriba. Platón y otros (4) hablan
del ‘vientre errante’ de la mujer, de un ‘animal dentro del
animal’.
d)
El útero aparece sistemática y cuantiosamente reproducido en la
cultura que ahora se está desenterrando de la llamada Antigua
Europa, datada entre el 6500 y el 3500 a.c. (5). En aquel mundo
simbólico, el útero era aquello cuyo latido significa la vida;
algo análogo a lo que en nuestro mundo simbólico significa el
corazón: el amor y la vida. La arqueología está obteniendo
datos sorprendentes y reveladores de aquella civilización. Con
esta información se vuelve evidente que lo que relata el Génesis
(datado precisamente hacia el 3000 a.c.) no es la creación de la
naturaleza humana, sino las condiciones de un nuevo modo de
convivencia y de ser humano que se imponen contra otras, y que
incluyen el parto con dolor, la transformación del ‘hysteron’
en ‘histeria’. De hecho el Génesis habla de un Paraíso del
que fueron expulsados nuestros primeros progenitores; es decir,
que aunque lo de ‘primeros’ da pié a pensar que desde el
principio esa fue nuestra condición, no pudieron omitir la
existencia de otro mundo anterior al actual. ¿Por qué si no
inventar la historia de un Paraíso, de una serpiente-demonio, de
un Arbol del conocimiento del bien y del mal cuya accesibilidad
queda también prohibida con la expulsión del Paraíso?
e)
La oxitocina que se utiliza como oxitócico, como dilatador del
útero en la Medicina, se empleaba en las orgías eleusíacas por
medio del hongo del cornezuelo de centeno. La misma química, una
aplicada en el parto con dolor forzado, la es también la hormona
del orgasmo, que por otra como afrodisíaco. La misma hormona -la
oxitocina- que está presente en el parto para dilatar el cuello
uterino ello se la conoce como la hormona ‘del amor’. (6).
f)
En los partos actuales existen casos de partos orgásmicos. Según
los que lo han estudiado (Dr. Serrano Vicens, Juan Merelo-Barberá,
Dr. Schebat del Hospital Universitario de París), son más
frecuentes de lo que se cree.(7).
g)
Dentro de la práctica de partos ‘alternativos’ o humanistas,
es decir, en los que la mujer se siente apoyada, en confianza,
etc., exista la constatación de Michel Odent (8) de que cuanto
menos órdenes y menos se interfiera, cuanto menos se provoca el
neocortex de la mujer, haciéndola prestar atención (racional) a
conversaciones, y cuanto más desinhibido permanezca el cerebro
ancestral, más fácil resulta el parto. (La mujer no puede estar
en ese estado sino está en ese clima de confianza y de cierta
intimidad).
Casos
de recuperación de una cierta sensibilidad uterina
Lo
que acabó de retener nuestra atención sobre este tema fueron los
testimonios de unas mujeres que habían recuperado una cierta
sensibilidad uterina, tras la lectura del libro de Merelo-Barberá,
en el que afirma que la mujer se socializa en la ruptura
psicosomática entre la conciencia y el útero. Esta percepción o
sensibilidad, aunque difícil de traducir en palabras, fue
descrita así:
En
el momento del orgasmo habían empezado a percibir, en el centro y
en el interior de la cavidad pélvica, como una ameba que se
retrae y que se expande rítmicamente con cada oleada de placer.
Podía también asimilarse al latido de un corazón, aunque más
lento, o al latido del cuerpo de una rana (9). En el momento en
que termina el movimiento de retraimiento y comienza la expansión,
podían empujar y amplificar la onda expansiva, lo mismo que en
las contracciones de la fase expulsiva del parto, o al defecar,
cuando ‘vienen las ganas’ como normalmente se dice.
Al
ampliar la onda expansiva del latido, se amplifica al mismo tiempo
la contracción uterina y la ola de placer.
Esto
supuso un cambio en el modo de percibir sus cuerpos y en su
sexualidad. El simple hecho de dirigir la atención/pensamiento al
útero produce excitación y placer ubicados en las paredes del
útero y en los pechos.
Otra
amiga nos comentaba que entre la tercera y la octava semana de un
embarazo, se encontraba en un estado de bienestar flotante
permanente, que podría calificar de pre-orgásmico. Lo
relacionaba con el concepto de ‘gravidez’, de sentir la matriz
pesada, hinchada, presionando el suelo de la cavidad pélvica.
Contrastados
estos testimonios con Juan Merelo-Barberá, este afirma que el
útero efectivamente comienza a palpitar como un corazón desde el
momento en que la mujer se excita sexualmente; a palpitar y a
descender. Afirma que el cuello uterino se hace incluso visible
desde el exterior a simple vista en estado de excitación fuerte.
Por eso en la Antigüedad la mujer frígida era aquella cuyo útero
no podía moverse y descender. Luego se invierte la valoración:
la mujer cuyo útero se mueve como un pez es una mujer lasciva y
pecaminosa; la del ‘vientre errante’, la del ‘animal dentro
del animal’; la que no está castrada ni sometida al varón.
La
fisiología del parto
Un
animal crece a partir de una sola célula, un zigoto que crece
hasta hacerse un embrión. Este proceso requiere una protección
especial, porque el zigoto/embrión no puede dársela a sí mismo.
Las especies animales que no se dotaron de una protección
adecuada, no prosperaron. Una vez más, una forma de simbiosis
entre dos seres vivos resuelve el problema de la conservación y
regeneración de la vida. Los huevos de las aves tienen una
protección, una cáscara de calcio, que no puede ser más dura y
proteger más de lo que hace, porque, dado que se trata de una
estructura ovoidea herméticamente cerrada, el embrión mismo
tiene que poder romperla cuando llega a término: esto, la salida,
determina su fragilidad. El invento de los mamíferos es
sorprendente, como todo o casi todo, en la evolución de las
formas de vida. La madre guarda dentro de sí el óvulo fecundado
en lugar de expulsarlo y lo protege al tiempo que se protege a sí
misma, con su movilidad, su propia nutrición, etc. Pero debe
resolver la contradicción entre la consistencia de la envoltura
protectora y la salida del embrión de dicha envoltura en su
debido momento. La contradicción la resuelve el tejido muscular:
fuerte y a la vez elástico y flexible, conectado con el sistema
nervioso de la madre, y formando una bolsa con una puerta de
salida que puede cerrarse y abrirse. El sistema neuromuscular está
puesto a unto para la locomoción, bombear sangre (el corazón es
tejido muscular) etc., combinando el sistema nervioso involuntario
y el voluntario. Aquello que nuestro organismo debe ejecutar
sistemáticamente (el bombeo de la sangre, la respiración, la
digestión cuando llega alimento al estómago) se realiza
automáticamente por el s.n.involuntario; pero aquello que sólo
se realiza en momentos determinados, como correr para cazar o
coger un fruto de un árbol, requiere la actuación de
s.n.voluntario, seguramente siempre en conexión con el s.n.
involuntario: los engranajes neuromusculares realizan su cometido
a la perfección.
Entonces
intervienen los sentidos, la percepción sensorial que indica
cuando el s.n. voluntario debe ponerse en marcha. Los sentidos en
su origen, antes del desarrollo cultural que los recrea, están al
servicio de la conservación de la vida: el gusto, la vista, el
oído, el tacto, el apetito, etc. El deseo sexual, al igual que el
deseo de comer tiene ese origen.
La
reproducción en los mamíferos tiene involucrada una sensibilidad
especial, una inducción de tipo sensitivo que pone en marcha un
sistema de producción de hormonas (la oxitocina del orgasmo y del
parto es una de ellas) para realizar las funciones sexuales
reproductivas. Esta inducción sensitiva es lo que llamamos
instinto, o en los humanos, deseo sexual. Por ejemplo, las cerdas
sólo eyaculan leche de sus mamas cuando son estimuladas por la
succión del lechón. No es una producción continua, sino una
serie de eyaculaciones sucesivas a la estimulación. Si alguien
entra en la cochiquera y distrae a la cerda, deja de hacerlo.
Hemos visto parir a una gata varios gatitos. Cuando terminaba de
lamer la bolsa y de comerse la placenta de un gatito, reactivaba
las contracciones para expulsar al siguiente. Como si pudiese
controlar de modo voluntario las contracciones uterinas.
Unos
versos mesopotámicos del tercer milenio a.c. (10) nos dan a
entender que los humanos de los tiempos en los que las mujeres
parían sin dolor, tenían también el útero funcionalmente
inervado en el s.n. voluntario:
Ninhursaga,
única y grandiosa,
contrae
la matriz;
Nintur,
que es una gran madre
desencadena
el parto.
¿Qué
mejor invento podría hacerse para tener seguro el embrión y para
que salga cuando llegue a término, que la fuerte, dúctil y
elástica bolsa uterina, con su cuello que cierra firmemente y es
a la vez capaz de abrirse? En este contexto situamos las
contracciones uterinas para dilatar el cuello. Ahora bien, no es
lo mismo mover un músculo contracturado, rígido, que está medio
atrofiado por no ser usado, que mover un músculo distendido y que
es utilizado habitualmente. Actualmente parimos con el útero
rígido, sin elasticidad, medio atrofiado y sin que el deseo
estimule la producción de oxitocina. Por eso duelen también las
reglas.
La
sexualidad en la que nos educan es la sexualidad de un cuerpo
despiezado, escindido en ‘cuerpo’ y alma (11). Lo que llamamos
‘cuerpo’ es en realidad el subproducto de un cuerpo despiezado
y en buena medida desvitalizado. La clave de esta escisión es “la
ruptura psicosomática entre la conciencia y el útero”, como
dice J.Merelo Barberá.
El
‘cuerpo’ que las mujeres creemos que tenemos, es un cuerpo al
que le ha sido arrebatado el órgano central de su sistema
erógeno; es un cuerpo sin útero, con un sistema erógeno que
comprende sólo vagina y clítoris.
Y
todo esto, establecido por la Ciencia; porque cuando la sexualidad
fue abordada ‘científicamente’ en el siglo pasado, la
sexualidad femenina que se definió fue la de un cuerpo castrado,
devastado, despiezado; sometido y explotado: una sexualidad
falocrática, vaginal y/o clitoridiana. Aunque algunos llegaron a
reconcer que había algo ‘indefinido’ en la sexualidad de la
mujer (Groddeck), que era un ‘continente negro’, inexplorado y
desconocido (Freud) ¡Y tan desconocido!
¿Y
que ocurre realmente, con la verdadera líbido y anhelo de la
mujer? El deseo se reprime, se sublima en amores románticos y
espirituales, se manipula y, finalmente, lo que queda después de
toda esta descomposición, se orienta hacia el falo, dejando un
rastro de enfermedades psicosomáticas que prueban la quiebra de
la autorregulación de la vida: partos traumáticos, histerias,
depresiones post-parto, falta de leche, dolores menstruales,
cánceres de cuello uterino y de mama elevadísimos, etc.
Pensemos
en nuestro útero inexistente; en nuestro tejido muscular uterino,
y pensemos en que si una simple inmovilización durante algún
tiempo por una escayola requiere después ejercicios de
rehabilitación para que el tejido muscular se recupere, ¿qué
sería, por ejemplo, de un brazo que hubiese permanecido
inmovilizado durante toda la vida, porque no sabíamos que
teníamos ese brazo ni para qué servía? Si quisiéramos
utilizarlo, nos encontraríamos con unos músculos que habrían
perdido su elasticidad, rígidos y contracturados. Y como todo el
mundo sabe lo que duele un calambre, podemos entonces entender los
dolores de la dilatación del cuello uterino en nuestra sociedad
(12). Es significativo que en el Génesis se diga “parirás con
dolor”, como algo nuevo que iba a ser y que antes no era.
Todavía
hay una observación más sobre la fisiología del parto en la
especie humana:
Al
adquirir la posición erecta, el plano de inclinación del útero
se hace casi vertical, quedando el orificio de salida hacia abajo,
sometido a la fuerza de la gravedad. Esto supone/requiere un
perfeccionamiento del dispositivo de cierre y apertura del útero,
un cierre más fuerte para sujetar 9 u 11 kg. de peso contra la
fuerza de la gravedad. Y el dispositivo de cierre y apertura del
útero no es otra cosa que el cuello, cuya relajación total deja
una abertura de hasta 10 cm de diámetro. Por eso el origen del
auténtico orgasmo femenino está en el cuello del útero. Nuestra
opinión, contrastada con Merelo-Barberá, es que el orgasmo fué
el invento evolutivo para accionar el dispositivo de apertura del
útero.
Esto
da coherencia a los datos inconexos del punto primero, y permite
acercarnos al modo de vida que expresa la simbología de la
cultura pre-patriarcal: Explica el paso del útero al corazón,
del hysteron a la histeria, de la serpiente como símbolo del bien
a la serpiente como el símbolo del mal (13). El
cuestionamiento del orden sexual
Todo
lo anterior nos lleva al cuestionamiento del actual orden sexual,
que, ya de entrada, aparece como básicamente falocrático y
falocéntrico.
El
orden sexual forma parte de las relaciones de dominación y de
Poder que atraviesan nuestra sociedad; y no es coincidencia que la
sexualidad en la sociedad pre-patriarcal fuera algo muy diferente
de la sexualidad que hoy conocemos. Como dijo Freud, en nuestro
mundo actual sólo hay un sexo, el masculino, y toda la líbido se
produce de y para el falo. La mujer es un ser castrado, y se
define por lo que no tiene. Pero esto también afecta, de rebote,
al hombre y a lo que se supone que es la masculinidad (*). Con la
castración de la mujer, toda la sexualidad queda desquiciada,
sacada de quicio.
(*)
Y aquí entraríamos en otro tema, que aquí sólo aparece
tangencialmente, que es la construcción de los géneros -de los
paradigmas de lo que es ser hombre y ser mujer- como portadores de
las relaciones de poder.
Es
difícil imaginar o pensar en algo que no existe en nuestra
Realidad: nos faltan la experiencia y las palabras. La sexualidad
femenina pasó de ser la definición del mal (el pecado entró en
el mundo por la mujer, etc.), a no existir; es indecible e
impensable como requisito para que no se sienta ni exista. De ahí
todos los rodeos que tenemos que dar para expresar nuestras
intuiciones y la información que vamos encontrando. Hasta aquí
hemos mencionado las que se refieren la sexualidad de la mujer.
Ahora vamos a mencionar algunas relativas a la sexualidad en
general para avanzar en la reconstrucción del puzzle.
a)
El amor al próximo
La
escisión del cuerpo de la mujer y el invento del amor espiritual,
se inscribe en un orden general de los sentimientos (14). Según
De Choisy (15) hay datos históricos que prueban que hubo un
tiempo en el que el ‘amor al próximo’ era físico, y era una
regla en una sociedad basada en la conservación de la vida, en el
bienestar y en la ayuda mutua. La espiritualización cristiana del
‘amor al próximo’ forma parte del orden sexual represivo
patriarcal. De Choisy cuenta también cómo, en la transición a
la sociedad patriarcal, cuando empieza a instituirse la monogamia
y la exclusividad, aparecen las hetairas, lo que nuestra cultura
ha llamado ‘prostitutas sagradas’, para “expiar el pecado
del matrimonio” y mantener vivo el fluido del amor. Cuando la
monogamia y la pareja, se generalizan, las prostitutas sagradas se
mantendrán todavía durante algún tiempo en algunos lugares
junto con los cultos a la diosa Madre.
El
matrimonio aparece, ante todo, como la violación de una ley
religiosa. Por muy incomprensible que sea para nuestra conciencia
moderna, esto tiene el testimonio de la Historia.(…) El
matrimonio debía ser expiado ya que “por su exclusivismo viola
la ley de la divinidad”. La naturaleza no ha dotado a la mujer
de tantos encantos para que se marchite en los brazos de uno solo.
La ley de la materia, según esta filosofía religiosa odia la
coacción, rechaza todo límite, considerado como una ofensa hacia
la diosa. El matrimonio sólo fue posible después de un cambio de
moral. (…) La monogamia debe compensar con la prostitución
sagrada su infracción a las leyes de la materia y reconquistar
así la complacencia divina.(16)
La
religión de la diosa apareció durante la transición, en las
primeras ciudades-Estado (y sus vestigios perduraron hasta el fin
de la Edad Media), como una forma de resistencia: un modo de
conservar el antiguo modo de vida y de cultivar la vida contra el
Patriarcado, y por eso, entonces, las prostitutas eran ’sagradas’:
eran sacerdotisas de la diosa que vivían en los templos, para
rendir culto al amor. No es casualidad que la mariología, el
culto a la Virgen María aparezca en el siglo XII, para machacar
los vestigios de los diferentes cultos a la diosa Madre, y hacer
prevalecer el amor ‘espiritual’ sobre el amor verdadero.
Al
abandono al primero que llegaba le sucede la elección de las
personas; Deméter ha vencido a Afrodita. Pasamos al reino de la
pareja. (Maryse de Choisy ibid.)
b)
El deseo no es egocéntrico
Ahora
el deseo lo induce el neocortex ante aquel o aquella cuya imagen
representa el prototipo de lo que te debe gustar, de lo que es
adecuado para formar la pareja, obedeciendo al orden sentimental
establecido.
Hoy
no podemos entender el significado de ‘el abandono al primero
que llega’ de los otros tiempos. No podemos ni imaginar algo tan
simple como que el deseo descodificado. Pero lo cierto es que, sin
mediar la destrucción del tejido social y los procesos de
devastación y de domesticación de las criaturas, el deseo no
codificado es inducido por otr@; y basta sentirse desead@ para
desear a quien te desea.
El
deseo, por su propia condición, se derrama para fundirse con
otro, y se guía por su anhelo de complacer a otr@. Es cierto que,
cuando de la integridad de nuestro ser mana el deseo y el
sentimiento puro, su tránsito es como una caricia que lame todos
los vericuetos de nuestros cuerpos y de nuestras almas; pero el
hecho de que el derramamiento del deseo nos produzca placer, no
debe de confundirnos. El deseo genuino no es egocéntrico. Como
diría Kropotkin (17) se obtiene placer dando, porque la búsqueda
del placer y la solidaridad son las vías generales del
mantenimiento y de la expansión de la vida. Y no hay en ello nada
misterioso ni romántico: sin esta cualidad (la ayuda mutua y la
búsqueda del placer o de ‘lo agradable’) el reino animal
jamás se habría desarrollado o alcanzado su perfección actual.
Desear a otr@ es ante todo deseo de saciar sus deseos; y al saciar
los deseos del ser deseado, nos fundimos y nos saciamos. Es el
complacer del placer, y el placer de complacer. El sentir del
consentir, y el consentir de los sentimientos que se originan
precisamente para expandirse -la condición del mantenimiento de
la vida es su expansión (ibidem)-, y por eso decimos que, en su
origen, los deseos no son posesivos ni egocéntricos. La
posesividad, con palabras de Deleuze y Guattari, es un
contraefecto de la represión.
Nuestra
condición humana está preparada para la abundancia de la
producción de los deseos, de unos deseos saciables; y no para la
carencia ni para la frustración. Pero el orden social tal y como
está constituido, frustra y asfixia nuestro anhelo de vida desde
el mismo nacimiento, y crecemos con los deseos bloqueados y
reprimidos. Y ese anhelo profundo reprimido, que habita en lo más
hondo de nuestro ser, es el que se idealiza y se canaliza hacia el
‘amor’ posesivo, con toda su fuerza contenida y con toda la
ansiedad acumulada durante años. La criatura humana abandonada
por sus congéneres se convierte en individuo en busca de
compañía. El deseo se ha transformado ya en miedo a carecer, y
este miedo, a su vez, en afán de poseer a otr@. Hemos entrado en
el reino de la pareja, que presupone el reino del individuo.
El
‘ego’ es el resultado del bloqueo del flujo de la vida; cuando
el deseo deja de fluir, el ser humano queda en soledad, y aparece
el individuo, que trata de compensar la carencia y la soledad con
la posesión; por eso su ‘identidad’ se define por lo que
retiene, acapara y convierte en su posesión (’mi’ papá, ‘mi’
mamá, ‘mi’ casa…); aparece el ‘yo-poseedor’ por contra
del yo-vivo-disuelto: por contra del vivir disuelto que hace
innecesaria la metafísica y la ‘identidad’.
El
‘ego’ se forma por la imposibilidad del deseo de fluir y con
la descomposición del amor, por un lado, en ‘amor’ sexual
posesivo, que sí es egocéntrico; y por otro, en ‘amor’
espiritual, que puede que no sea egocéntrico pero que está
desprovisto de deseo.
El
‘amor’, el desprendimiento, la generosidad gozan de un
prestigio hipócrita en nuestra sociedad siempre y cuando sea un
sentimiento mutilado, no sea amor sexual. ¿Por qué, en medio de
tanta generosidad, el amor sexual tiene que ser posesivo,
exclusivo y egocéntrico? La respuesta es clara: el deseo es el
sustento de la ayuda mutua, y el Poder no puede manipular y
controlar la vida más que mutilándola.
El
‘ego’ es una impostura que aparece con las relaciones de
Poder. L@s antropólog@s han constatado en ciertas tribus la
inexistencia de la identidad individual; la conciencia que cada
cual tiene de sí es la mera pertenencia a un grupo, la de ser
parte de un grupo humano; a esta forma de percibirse, lo han
llamado miméticamente ’sistema de identidad grupal’.
c)
La sociedad matrifocal
Según
la antropóloga Martha Moia (18), en la estructura social
matrifocal, la ‘identidad’ era grupal y la convivencia estaba
basada en el deseo (sexual) materno de bienestar directamente
vinculado a la conservación y protección de la vida. Se trataba
de “ayudarse en la tarea común de dar y conservar la vida”.
Los mayores y los fuertes cuidaban y protegían a los pequeños y
a los débiles como requisito de bienestar de conservación del
grupo. La ayuda y no la lucha eran la garantía de la vida. Del
reconocimiento de la madre y de su amor materno, brotan los
sentimientos de fraternidad. Bachofen decía del amor materno:
Su
principio es el de la universalidad; en cambio el principio
patriarcal es el de la restricción… La idea de la fraternidad
universal de los hombres tiene su raíz en el principio de la
maternidad; por ello, esta idea desaparece con el desarrollo de la
sociedad patriarcal… El seno materno puede dar hermanos y
hermanas a todo ser humano… con el desarrollo del principio
patriarcal, esta unidad desaparece y es sustituida por el
principio de jerarquía… (19)
La
represión de la maternidad, la ‘espiritualización’ del deseo
materno, es un punto clave porque desconecta a la madre de los
deseos de sus criaturas y los bloquea; es decir, organiza el
abandono y la soledad de las criaturas humanas, la devastación
necesaria para la construcción del individuo. El dolor del útero
rígido es compatible con la espiritualización del amor materno,
pero el útero que palpita gozoso no sería compatible con ese
‘amor’ espiritual que organiza la supervivencia en la soledad
y en el abandono afectivo.
Inmediatamente
después de nacer, nuestros próximos, se nos alejan, nos
abandonan, y crecemos ‘amando’ patológicamente, sintiendo
pudor y vergüenza de nuestros cuerpos y de nuestros sexos. El
sentimiento del pudor y el asco hacia los flujos de los cuerpos
son los muros que nos separan de nosotr@s mismos, que rompen
nuestros cuerpos y nos separan de los demás. El tabú del
incesto, en cuyo nombre se separa a la madre de la criatura, es la
norma suprema que produce el ‘amor’ espiritual; en realidad,
es la Ley cuyo cumplimiento despieza los cuerpos.
No
nos vamos a extender en todas las pruebas que delatan la represión
de la sexualidad primaria, materno-infantil. Remitimos a quien le
interese al libro La represión del deseo materno (20). Sólo
mencionaremos una: la existencia generalizada en nuestra sociedad
de pezones de plástico (chupetes, biberones, etc.) como prueba
material de la destrucción de esta sexualidad y del desierto
creado por nuestra cultura en la etapa primal de la vida humana.
Porque lo peor no es que el pezón sea de plástico sino el cuerpo
humano que falta detrás del chupete.
d)
El desierto afectivo
La
destrucción del modo de convivencia basado en la ayuda mutua
corrompe la sexualidad y crea el desierto afectivo.
Tres
cosas prueban de forma irrefutable, que nuestro orden sentimental,
a pesar de Cupido, de San Valentín, etc. etc. es un desierto
afectivo: 1) La angustia existencial que forma nuestro esqueleto
psíquico, y que nos acompaña durante nuestras vidas a niveles
más o menos profundos, y que por eso aflora cuando las cosas nos
van mal (las famosas ‘depresiones’). Esto se debe a lo
siguiente: la sociedad no reconoce ni acepta a las criaturas
humanas como seres productores de deseos; y eso significa que
desde que nacemos nuestra existencia está cuestionada por la
sociedad. Aunque no nos lo digan, aunque no lo sepamos, nuestro
inconsciente sí sabe que la negación de nuestros deseos es la
negación de nuestra vida. Esto no es ‘civilización’, esto es
un cuestionamiento de nuestra existencia que produce la angustia y
el miedo que larvan en nuestro interior y que salen a la
superficie según las circunstancias. 2) La insaciabilidad en el
afán de poseer, es otra ‘prueba’, insaciabilidad que ha ido
variando sus manifestaciones a lo largo de la historia del
Patriarcado. 3) Y, en fin, tenemos la aparición del animal de
compañía, de la ‘pet’, con toda su industria, como consuelo
y nimia compensación del desierto; tanto más extendido cuanto
más desarrollada está la sociedad patriarcal y hay más
individualización y más soledad.
Está
claro que en este desierto, la pareja, o el espejismo de la
pareja, es el oasis, real o virtual; el mal menor. Como lo es para
el niño del orfanato que una familia bien constituida lo adopte.
No
se puede restablecer el tejido social sin restablecer la
sexualidad, eso que hoy se ha convertido en un comercio, un
trueque individualista y egoísta; en una sexualidad deformada,
tecnificada y limitada por una disciplina que reprime y canaliza
las descargas energéticas hacia estereotipos que ahora se fijan y
se expandan con la tecnología audiovisual; un orden sexual
falocrático que directamente aniquila el vínculo de la
sexualidad con el apoyo mutuo y lo sustituye por la posesión, la
prepotencia y la competencia. Como decíamos antes, la sexualidad
está desquiciada y para empezar ponerla en su quicio hay que
restablecer la sexualidad femenina y la madre antigua que, como
decía Lope de Vega “a cuanto vive aplace”; así podría fluir
la emoción erótica para regenerar y sustentar el tejido social
humano.
No
sirve reivindicar el ‘amor libre’ sin más. Porque hoy por hoy
las relaciones sexuales son relaciones de Poder: tanto en el
sentido de la dominación de un sexo sobre el otro -y por ello
sólo hay sexualidad falocéntrica-, como en el sentido de que
‘amar’ es apropiarse, poseer y acaparar al/a otro/a.
Reivindicar el ‘amor libre’ tal cual es como reivindicar la
economía libre en el mundo capitalista.
Convertir
las relaciones sexuales en relaciones de Poder es algo muy simple
y ha sido sumamente eficaz para ordenar todas las relaciones
sociales y asegurar su reproducción con las generaciones de
hombres y de mujeres.
De
la armonía entre los sexos y entre las generaciones se pasa a la
guerra y a las relaciones patológicas que conocemos en la
sociedad actual: y en el centro de todo ello, el hecho crucial de
la devastación del cuerpo de la mujer.
La
recuperación de la sexualidad de la mujer:
escuchar
y sentir el latido de útero.
La
civilización patriarcal cambia el principio de la vida por el de
la muerte, y por eso ha tenido en el cuerpo femenino su principal
enemigo y su objetivo estratégico central; Romeo de Maio (21)
decía que la historia del cuerpo femenino, en nuestra
civilización, es una Ilíada de sufrimientos: En el Génesis
también se ordena la destrucción de la serpiente (el símbolo de
la sexualidad de la mujer) y la prohibición de su conocimiento.
Porque si la mujer pare sin deseo y con dolor, y si se aparta de
ella a la criatura en el momento del alumbramiento (para cortar el
deseo y la producción hormonal que regularía el acoplamiento de
ambas), la criatura queda privada de la carga de energía que le
corresponde a su integridad humana, al tiempo que la madre queda
insensibilizada; insensibilizada ante los deseos y ante el
sufrimiento de su prole; es decir, capacitada para realizar las
funciones nutricias maternas de manera fría y aséptica, con la
disciplina y la represión establecidas en el orden social.
El
parto será doloroso mientras las reglas de las adolescentes sean
dolorosas, es decir, mientras no exista una cultura que
restablezca la unidad psicosomática del cuerpo de la mujer: es
decir, que respete, cultive y de conciencia a la mujer de su
condición, de su sexo, de su sexualidad, de lo que en realidad
es. Una cultura que reconozca y nombre el latido del útero como
el latido de la vida. A menudo decimos que el parto actualmente es
una violación del cuerpo de la mujer, como lo es el coito cuando
la mujer no lo desea, cuando no opera el deseo y se realiza en
estado de rigidez, de sequedad, con desgarros.
Para
la recuperación de la sensibilidad uterina y de la sexualidad de
la mujer, las madres tenemos que explicar a nuestras hijas desde
pequeñas que tienen un útero, para qué sirve y cómo funciona.
Las
mujeres tenemos que poner en funcionamiento nuestro neocortex para
que nuestra conciencia asuma y asimile el útero; para que lo
reintegremos en la percepción de nuestro cuerpo; para recomponer
nuestro cuerpo despiezado y que fluya la corriente de sensibilidad
entre el útero y la conciencia.
Tenemos
que aprender a escuchar y a sentir el latido del útero; practicar
la visualización y la concentración en el útero; y también
recuperar la cultura arcaica y su mundo simbólico que han
definido y expresado la verdadera sexualidad femenina y la
regeneración de la vida.
La
danza del vientre, en sus orígenes ancestrales, no debía
consistir sólo en el movimiento del esqueleto pélvico; de hecho,
si se realizan los ejercicios que en algunos sitios se recomiendan
(22) para la preparación al parto, para ejercitar los músculos
pélvicos, si la mujer se concentra en el útero, si ha recuperado
en alguna medida la sensibilidad uterina, puede llegar a
diferenciar los músculos pélvicos de los uterinos.
NOTAS
(1)
Masters,W. y Johnsons,V. Human Sexual Response.Intermédica,
México 1978.
(1ª
publicación, 1966)
(2)
De Choisy, M. La guerre des sexes Ed. Publications Premièrs.
Paris 1970. Pags 45 y 47.
(3)
De las Casas, Bartolomé. Historia de las Indias. Fondo de Cultura
Económica,México, 1986 (1ª publicación 1552)
(4)
Ver, por ejemplo, lo que se dice en: Anderson, B.S. y Zinsser,J.P.
Historia de las Mujeres: una historia propia. Crítica, Barcelona
1991. 1ª publicación
(5)
Ver obra de Marija Gimbutas, que ha hecho un estudio al respecto
en base a varios miles de piezas decoradas y talladas: The
Language of Goddess. Harper- Collins, 1991 (1ª publicación
1989).
(6)
Sendón de León, V. Más allá de Itaca. Icaria, Barcelona,
1988.Y también:
Hoffmann,
A. LSD, cómo descubrí el ácido y qué pasó después en el
mundo. Gedisa, Barcelona, 1991 (1ª publicación en alemán, 1979.
(7)
Citados en Merelo-Barberá, J. Parirás con placer. Kairós,
Barcelona, 1980.
(8)
Odent, M. El bebé es un mamífero. Mandala, Madrid, 1990.
(9)
En algunas culturas pre-colombinas, como la Tairona (de la actual
Colombia), la rana era el símbolo del útero. Museo del Oro en
Santa Fé de Bogotá.
(10)
Jacobsen, Thorkild. The
Treasures of Darkness Yale University Press, New Haven, 1976. Pag.
108.
(11)
Decía Jesús Ibáñez que “el alma es una compensación
imaginaria del cuerpo realmente despiezado”. De la familia al
grupo: del grupo al bucle en el árbol familiar. Ponencia en la
Universidad Menéndez y Pelayo, 1983).
(12)
Después de escrito este artículo, leemos en el último libro de
Frédérick Leboyer, El parto: crónica de un viaje lo siguiente:
“Que hace sufrir a la mujer que da a luz? … la mujer sufre
debido a las contracciones… unas contracciones que no acaban
nunca y que hacen un daño atroz, pero son calambres! todo lo
contrario de las ‘contracciones adecuadas’.¿Qué es un
calambre? Una contracción que no cesa, que se crispa y se niega a
soltar su presa y, por lo tanto, no ‘afloja su garra’ para
transformarse en su contrario: la relajación en la que
normalmente desemboca. En otras palabras, lo que hasta ahora se
había tomado por contracciones ‘adecuadas’ eran contracciones
altamente patológicas y de la peor calidad. ¡Qué sorpresa! ¡Qué
revelación! Qué revolución en ciernes!” Pags. 244-246
Subrayados nuestros.
(13)
Una descripción más pormenorizada del parto y de la lactancia,
como procesos psicosomáticos y de las interferencias sociales y
médicas que organizan la maldición divina de parir con dolor,
puede leerse en el artículo “Matricidio y estado terapéutico”
en la Revista Archipiélago nº25, de las mismas autoras.
(14)
García Calvo, A. El amor y los dos sexos y Familia: la idea y los
sentimientos. Ed.
Lucina.
(15)
Maryse de Choisy, op cit.
(16)
Maryse de Choisy, op. cit. pag. 196-7. El
entrecomillado es de Bachofen citado por M Ch. La traducción es
nuestra.
(17)
Kropotkin, P. Folletos Revolucionarios I. Tusquets-Acracia
(18)
En: Moia, M. El no de la niñas laSal edicions de les dones,
Barcelona, 1981. se explican estas características de la sociedad
matrifocal.
(19)
Bachofen, J.J. Mitología arcaica y derecho materno. Anthropos,
Barcelona, 1988. (1ª publicación, Stuttgart, 1861).
(20)
La represión del deseo materno y la génesis del estado de
sumisión inconsciente. Madre Tierra, Móstoles 1995.
(21)
De Maio, Romeo. Mujer y Renacimiento Mondadori, Madrid, 1988 (1ª
publicación Milán 1987).
(22)
Por ejemplo en el libro del Colectivo de Mujeres de Bostón:
Nuestros Cuerpos, nuestras vidas. Madre Tierra, Madrid, 1996 (1ª
publicación en inglés: 1977).
Definición
de orgasmo
El
orgasmo es la respuesta sexual del hombre y la mujer al proceso de
excitación y placer que se manifiesta con una serie de cambios
físicos. Según Masters y Johnson es la tercera fase del ciclo de
respuesta sexual humana. Comienza tras la fase de meseta. Tras la
fase de orgasmo se produce la fase de resolución.
Fases
de la respuesta sexual
1ª
Excitación - 2ª Meseta - 3ª Orgasmo - 4ª Resolución-Cambios
físcos
Durante
la fase de orgasmo se producen una serie de fenómenos biológicos y
cambios físicos. Durante el orgasmo se libera de forma placentera
toda la tensión acumulada durante la fase de meseta. También se
conoce esta etapa como "clímax" o fase culminante. Algunas
personas describen el orgasmo como "una sensación de calor o
ardor en los genitales", otros como "leves estímulos
eléctricos o de cosquilleo que se van difundiendo por todo el
cuerpo". Muchas personas coinciden en que durante el orgasmo se
producen instantes de pérdida de conciencia o sensaciones de mareo
intenso. La forma de expresar placer durante el orgasmo también
difiere en cada caso. Pueden expresar el orgasmo con: Gemidos,
Llantos, Sacudidas, Gritos, Risas o con un profundo silencio.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario