miércoles, 5 de junio de 2013

Sorginei buruz?

Artikulu honetan munduko hainbat herritako "sazerdotisa" eta "hechicera" figurari buruz ari badira ere, ez ote gure sorginez??


El arquetipo de la sacerdotisa y hechicera.
(Por Manuela Dunn Mascetti, del libro “Diosas, la Canción de Eva”)

En los relatos mitológicos de la Diosa aparecen muchas hechiceras que ayudan a héroes y heroínas a resolver los enigmas de la existen, que les aconsejan sobre cuestiones importantes... El umbral de la madurez de los años sexualmente activos está marcado por la menopausia. En esa época se produce una reacción alquímica dentro de cuerpo, se experimenta psicológicamente como un trastorno conduce a la madurez y la sabiduría. Después de haber pasado por todos los estadios del desarrollo físico y psíquico, por fin la mujer está preparada para ser ella misma velada y abierta a los misterios de la vida. De aquí parte el arquetipo de la sacerdotisa y la hechicera, porque lejos de haber «llegado», en la menopausia la mujer se enfrenta aún a otra aventura en la búsqueda de su ser interior
Al igual que el movimiento perpetuo de las olas del mar Los movimientos de la conciencia nunca hallan un último umbral. Sólo la realización del ser terrenal conduce a la comprensión del movimiento perpetuo de la psique. La sabiduría es el conocimiento que carece de final en la búsqueda humana y que se identifica con su meta. El arquetipo de la sacerdotisa y la hechicera nos revela la sabiduría intuitiva que acompaña a una mujer a lo largo de toda la vida, pero en la cual se confía sólo en la última parte de la vida, pues es entonces cuan­do funciona como foco de energía.
La menopausia es el fin del ciclo menstrual, cuando la mujer disfruta tal vez de su máxima libertad, independencia autoridad, después de sus años fértiles. En las culturas nativas americanas, hindúes y africanas se respeta a la mujer de mediana edad y con frecuencia se le suele pedir consejo en mas importantes. La sabiduría a la que nos referimos es instintiva en la consideración de las cosas como son y como han sido siempre; es la capacidad innata, inherente, de comprender la naturaleza de las cosas tanto en su forma presente como su desarrollo interrelacionado.
El espíritu del valle nunca muere.
Es la mujer, la madre primordial.
Su entrada es la raíz del cielo y de la tierra.
Es como un velo apenas vislumbrado.
Úsalo. Nunca te fallará.

(Lao Tse, Tao Te Ching.)

A la sabiduría intuitiva, tal como se ha descrito anteriormente, se la denominó divina Sofía, de la palabra griega sophos, que significa sabiduría. Sofía era la personificación de la más alta encarnación del principio femenino. Las as de la maternidad, de la ambivalencia de la creación y de la destrucción durante el ciclo y de la sabiduría culminante que proporciona la edad se entrelazan, en el curso de la vida, con diferentes rasgos psicológicos que se superponen un momento dado. Es cierto que una mujer puede presentar estas y muchas más características en cualquier momento, sin importar su edad, en un caleidoscopio de recursos psicológicos.
En la mitología vemos que la propia riqueza se encarga en el corpus de una Diosa: Isis, por ejemplo, representada en la egipcia representa a la creadora y destructora. La ssteogonía de los dioses egipcios y la jerarquía de los faraones parten de ella y a ella deben su poder. A Isis también se la denomina Maat, la sabiduría antigua, una en todo y todo en una. Es más tarde cuando, en la historia de las religiones, encontramos a una Diosa que representa una característica arquetípica: el poder y la riqueza atenuada con los años. En la medida en que podemos remontarnos en el tiempo, las Diosas originales encarnaban varios principios a menudo opuestos, como la noche y el día, y tan analógicos como la propia mujer.

Se compara las fases de la luna con las tres edades de la mujer: la luna nueva representa a la joven virgen, la luna llena a la mujer en su pleno potencial sexual y la luna menguante la sabiduría de la edad adulta. La relación entre una Diosa fuerte y la luna es, por tanto, intercambiable, y a menudo una Diosa puede simbolizar los tres aspectos de lo femenino. Diana-Artemisa, Diosa de las brujas, era la Gran Diosa de las legendarias amazonas, mujeres guerreras, sabias, curanderas y parteras de la antigua Tracia, Macedonia, el oeste de África y Libia. En este aspecto, Diana era la Diosa de los cielos, la pura cazadora de la luna y protectora de los animales salvajes. Sus fieles eran mujeres jóvenes y no se permitía la entrada de hombres en su templo. En su segundo aspecto, Diana era la Artemisa asiática, la Madre de todos, orgiástica y de varios pechos. En Efeso, las amazonas construyeron un templo que fue considerado una de las maravillas del mundo antiguo. En su tercera forma era Hécate, luna negra del cielo de la noche, portadora de plagas y de la muerte repentina. El culto a Hécate se realizaba a medianoche en las encrucijadas. El culto a Diana se observaba en los centros de la Edad del Bronce del mundo mediterráneo. La hechicera original era guerrera, partera, curandera, jefa de la tribu, sexualmente fuerte e independiente. La naturaleza de la Diosa era aplastante en su fuerza de magia natural y sal­vajismo primigenio. Las primeras sociedades culturales se estructuraron para acomodar a un consejo de mujeres adul­tas, que se reunían por la noche a la luz de la luna, una vez concluido el trabajo cotidiano, para discutir temas relacio­nados con la vida y la muerte, dominios principales de la mujer
La experiencia de la muerte pertenece también al arquetipo de la sacerdotisa y la hechicera, pues la verdadera sabiduría es la conciencia de que la vida y la muerte caminan juntas por la cuneta del sendero de la vida.
La muerte es quizás una gran incomprendida. El arquetipo de la sacerdotisa y hechicera revela a través del mito el contexto propio de la muerte dentro de la vida cotidiana, también puede ayudar a las mujeres más viejas, y de hecho a todas las mujeres, a comprender y aceptar ese tránsito como el principio y el fin del ciclo de la vida.
En muchas mitologías, el misterio de la muerte, uno de los grandes temores de la vida, no constituye el fin de ésta, sino el principio de la vida venidera. Podemos especular que la vida es un peregrinaje hacia la muerte, desde el día en que nacemos hasta el momento de la muerte, y que llega a su cénit en un instante. La mayor calamidad consiste en no entender la muerte: cuando ésta se considera un tabú cada uno se enfrenta a su propia muerte o a la de su seres queridos terriblemente solo e incapaz de comprender el fenómeno. La sabiduría de los tiempos antiguos, cuando las personas vivían en un entorno natural, cuando la vida y la muerte se contemplaban cada día como parte del camino de la existencia, enseñaba que el viaje la persona y su meta eran uno. La experiencia de la muerte, de la renovación de la vida a través de la muerte, es tal vez la más profunda de las experiencias humanas y, por lo tanto, impregna intensamente la mitología.
Leo Frobenius indica en su obra Monumenta Africana que los pueblos primitivos del mundo pueden trazarse dos actitudes contrarias ante la muerte. Entre las tribus de cazadores cuyo modo de vida se basa en el arte de matar para sobrevivir, que viven en un mundo de animales que matan y apenas conocen la experiencia orgánica de la muerte natural, toda muerte es consecuencia de la violencia y por lo general se atribuye a la magia. La magia se emplea tanto para defenderse contra la muerte como para dar muerte a otros y los muertos se consideran espíritus peligrosos, re­sentidos por haber sido enviados al otro mundo y que buscan vengarse de los vivos. El miedo y la magia son la base de esta actitud ante la muerte.
Por otro lado, para los pueblos agricultores de las estepas fértiles, la muerte es una fase natural de la vida, comparable al momento de plantar la semilla que conduce al re nacimiento. Frobenius califica la actitud de los cazadores de “mágica” y a la de los agricultores de «mística». Observa que el plano de referencia de los primeros es físico, mientras que para los segundos representa un sentido profundo de comunión con la existencia. Dos actitudes opuestas ante la muerte han modelado a su vez dos mundos mitológicos opuestos: uno deriva del impacto de la vida y la muerte en la esfera animal; el otro del modo de vida, muerte y renacimiento de la planta. En el primer ejemplo la bestia se consume: la carne se ingiere como parte de un rito, y la piel y los huesos se emplean como vestido y ornamentos. Por el contrario, la actitud de los agricultores se entiende como la aproximación oriental no violenta a la vida, en la que la muerte es una fase que altera la manifestación temporal de algo místico que tiende su hilo en la existencia.

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